domingo, 3 de junio de 2012

Organización militar y armas en Al-andalus


Conocemos mal la organización militar de la España mora. No abundan las noticias sobre ella. Los sirios, venidos a España con Balch, habían recibido en Iqta, es decir, como beneficios militares, una parte de las contribuciones debidas por los cristianos que habían capitulado. El disfrute de tales feudos les obligaba a acudir a la guerra, al primer llamamiento del emir, agrupados según la tribu a que pertenecían. Pero pronto dejaron de merecer la confianza de los soberanos por su intervención en las discordias civiles y Abd al-Rahman I comenzó a formar un ejército de mercenarios (haxam) reclutados especialmente entre los beréberes africanos.



Estaban inscritos en el diwan wa-l-kitba o registro militar de los guerreros a sueldo. Al-Hakam I prosiguió la política de su abuelo y organizó incluso cuerpos permanentes de caballería, que tenía acuartelados junto a su alcázar. Después para atraerse mas a las tropas sirias del ejército regular o chund, empezaron éstas a ser recompensadas con pagas extraordinarias, cuando salían a campaña. El deber guerrero pesaba sin embargo sobre todos los habitantes de Al-Andalus. Muhammad dispensó del mismo a los moradores de Córdoba y su distrito, de entre los cuales sólo participaron en adelante, en las expediciones, los voluntarios que debían acudir a la guerra santa. El gran historiador Ben Hayyan nos ha conservado las cifras exactas del número de jinetes del chund que, a mediados del siglo IX, acudían, por cada uno de los distritos militares, a las expediciones estivales contra los reinos cristianos.



Esta organización, basada en el deber feudal de los chund sirios, en las numerosas fuerzas mercenarias o haxam, en la obligación militar de las masas y en la espontánea asistencia de los voluntarios participantes en la guerra santa, duró hasta las reformas de Almanzor. Según Albornoz, los ejércitos musulmanes del siglo VIII se componían en general de un número cuatro veces mayor de infantes que de jinetes. Los beréberes tenían mayoría de infantes y minoría de jinetes. En España existían tres razas de caballos nativas: el asturcón, pequeño y resistente; el thueldon de tamaño mediano y otro de nombre desconocido que era grande, de forma poco elegante, de espalda hundida y fea grupa. Todos ellos demostraron ser desde tiempo inmemorial eficaces monturas de guerra.



Sólo los oficiales árabes o sayyid (jefes tribales) montaban a caballo. Un caballo costaba mas de siete camellos o 40 piezas de oro en Arabia. Cuando los fieles islamitas emprendieron la conquista del mundo, apenas si podían también cubrir sus cuerpos con coseletes y con yelmos, manejar largas lanzas y protegerse con escudos. En camello llevaban 15 siglos combatiendo los árabes del siglo VIII. Cuando los griegos disparaban flechas envenenadas contra las cabalgaduras de los árabes, éstos preferían retirarse del combate a ver morir, sin remedio a sus carísimas bestias. Tariq llevaba un ejército de peones y escasísima caballería. Al saber Rodrigo, del desembarco de los árabes, envió contra ellos a su ejército; pero los invasores le vencieron y le dieron muerte, y con ésta victoria sobre la caballería visigoda, creció la fuerza de los musulmanes y los infantes pudieron cabalgar y extender, así, el círculo de sus incursiones en el país que atravesaban. Muza trajo consigo escasas fuerzas de caballería. De los 40.000 soldados de las tropas árabes en África que lucharon contra los beréberes, menos de 800 eran caballería. En Siria se criaban caballos.



En el siglo VIII se usaron mulas para transportar peones. Ibn Hawqal se burlaba durante el siglo X, de los jinetes andaluces, y decía que no sabían apenas montar sobre caballos. En la segunda mitad del siglo VIII, son raras las armaduras entre los islamitas. Mientras se habla de lanzas y espadas con frecuencia, sólo se alude una vez a coseletes, ello para contarnos cómo los sirios de Baly llegaron a tal estado de miseria, durante el sitio de Ceuta por los berberiscos africanos, que atravesaron el estrecho, abrigados sólo por sus harapientos ropajes y lorigas. Protegían sus cabezas con turbantes, a veces convertidos en banderas. La caballería hispano sarracena siguió siendo ligera en los siglos IX-X. Las crónicas consignan el caso extraordinario de un caballero cubierto de armas defensivas solidísimas: el gobernador musulmán de la plaza de Narbona, habituado, sin duda, a luchar con los guerreros francos. Según Ibn Hudauyl, los distintos tipos de ataques precisaban de la montura unas características particulares, de modo que era preferible


“Usar yeguas para algaras y expediciones nocturnas, es decir para ataques por sorpresa. Los sementales son mas convenientes cuando se entabla combate por líneas, se mantiene una posición defensiva, han de hacerse marchas, guerrear, y otras acciones marciales descubiertas. Los caballos castrados se eligen para emboscadas y para ir en vanguardia, porque resisten mas y son capaces de mantenerse mas tiempo en tensión”. 


Cuenta el cronista andalusí Ibn Hayyan que Al Hakam II era reacio a instalar tropas beréberes en Córdoba dada la aversión que les tenía. Pero, una vez permitida su presencia en la corte, se asomó cierto día desde la alcazaba de la Dar al Rujam (casa de mármol), en cuyo patio hacían alarde los soldados los días en que recibían las pagas, para completar a los jinetes bereberes, cuando evolucionaban jugando, y no les quitaba ojo, lleno de asombro.  



Mirad –decía a los que le rodeaban- con que naturalidad se tienen estas gentes a caballo. Parece que es a ellos a quienes alude el poeta cuando dice: Diriase que los caballos nacieron debajo de ellos, y que ellos nacieron sobre sus lomos. ¡Que asombrosa manera de manejarlos, como si los caballos comprendiesen sus palabras!. Y los que le oían se maravillaban de la rapidez con que había cambiado de opinión respecto de los bereberes. En la estrategia militar, la doma y el dominio del caballo para lograr la victoria son vitales, así como las distintas agrupaciones, por la función específica que cada una de ellas debe llevar a cabo. Las técnicas son también básicas. Un ejemplo de éstas era el tornafuy, de origen beduino. Fue imitado y llamado de igual forma por los cristianos, y consistía en ataques bruscos y repentinas retiradas.



Todo lo concerniente al dominio del caballo en la guerra era aprendido en las escuelas de equitación de los campamentos militares, donde también se entrenaba para tal efecto. Este interés repercutió en los tratados dedicados al caballo, que solían incluir apartados para la buena monta y el dominio del animal, detalles sobre cómo darle las órdenes, la correcta colocación de las diferentes armas, la interpretación de los sonidos del animal, o consejos sobre el mejor cuidado para un mayor rendimiento en las lides, todo ello con gran profusión de detalles. No cabe duda de que el valor arquetípico del caballo, es que es el elemento fundamental e indispensable del heroísmo, de la caballería, de las gestas propias, en pro del mantenimiento del Islam, y de la expansión y triunfo de su poderío. A continuación muestro algunas citas históricas sobre el ejército andalusí:



Cuando los árabes de Siria que, por la nobleza de su nacimiento y por su amor a la gloria, eran como leones de Xara, entraron en España con Balch, su emir, los baladíes, es decir, los árabes que habían venido antes (a la península), se encontraron muy estrechos en ella. Quisieron en consecuencia que abandonaran el país tales extranjeros. Este país, decían, nos pertenece, puesto que le hemos conquistado y no hay lugar para otros. Después, viendo que los sirios no querían partir, tomaron las armas para obligarles a ello. La guerra entre los dos partidos duró hasta la llegada de Abu-l-Jattar Husam ben Dirar al-Qalbi. Habiéndose embarcado secretamente en la costa de Túnez, Abu-l-Jattar llegó de improviso a Córdoba y cuando mostró el diploma por el cual Hanzala ben Safwan, el gobernador de África, le nombraba para el gobierno de España, se sometieron a sus órdenes las dos facciones que luchaban todavía entre ellas.



Habiendo detenido a los jefes de los sirios, les forzó, como todos saben, a abandonar el país; después, queriendo impedir que la guerra civil comenzase de nuevo, proyectó establecer las tribus sirias en las provincias. Ejecutó su plan y asignó a los sirios la tercera parte de lo que producían las tierras de los cristianos. Las tribus sirias salieron entonces de Córdoba. Según Abu Marwan (Ben Hayyan) Ardabasto, conde de España, jefe de los cristianos y preceptor del jarach que debían estos pagar a los emires, sugirió tal solución.



En los primeros tiempos de la dominación musulmana era aquel conde muy famoso por su saber y su gran penetración en los asuntos políticos. Fue él quien aconsejó al gobernador alejar a los sirios de Córdoba, la capital, donde no había lugar para ellos y establecerlos en las provincias, donde vivirían como habían vivido antes en los distritos de Siria. El gobernador siguió su consejo, después de haber obtenido el consentimiento de los mismos sirios. Estableció el chund o división de Damasco en la provincia de Elvira, el de Jordán en la Rayya, el de Palestina en la de Sidonia, el de Emesa en la de Sevilla, el de Qinnasrina en la de Jaén y el de Egipto: parte en la de Beja, parte en la de Todmir.



Para su subsistencia se atribuyó a los árabes de Siria la tercera parte de lo que producían las tierras de los cristianos. Los beréberes y los árabes baladíes continuaron siendo los asociados u hospes de los cristianos, conservaron sus alquerías y no se les tomó nada. En cuanto a los sirios, cuando vieron que las tierras en que se hallaban establecidos se parecían a las de su patria, se sintieron a gusto y pronto llegaron a ser poderosos y ricos.



Sin embargo, los que de entre ellos, al llegar a España, se establecieron en lugares que les eran agradables, no abandonaron sus moradas; permanecieron allí con los baladíes y, cuando se les pagaba la soldada o era preciso ir a la guerra, se incorporaban al "chund" o división a que pertenecían. En este tiempo se les llamaba los separados. Ahmad (ben Muhammad) ben Musa (Al-Razi) dice: "En cada una de las divisiones obligadas al servicio militar, el califa nombraba ordinariamente a dos jefes-abanderados: uno iba a la guerra, otro quedaba en su casa. El primero recibía un sueldo de doscientos dinares, el segundo no recibía sueldo durante tres meses pero, al cabo de este tiempo, iba a reemplazar a su colega, perteneciera éste a su propia familia o a otra".



Los sirios que iban a la guerra-los hermanos, los hijos o los sobrinos del jefe- recibían diez dinares cada uno al fin de la campaña; el jefe se reunía entonces con el general en jefe; declaraba que personas tenían derecho a sueldo por su servicio activo y, para darle una prueba de estima, se fijaba la soldada según su declaración. Le correspondía incorporarles al ejército y distribuirles sus raciones. En cuanto a los sirios que participaban en la expedición sin pertenecer a la familia del jefe; también tenían dos jefes-abanderados; uno iba a la guerra, otro quedaba en su casa; el primero recibía una soldada de cien dinares y, al cabo de seis meses, su colega venía a reemplazarle.



Sólo los sirios estaban inscritos en el diwan o registro de las tropas que recibían pagas; estaban exentos del diezmo, era su deber esencial ir a la guerra y no estaban obligados sino al pago del impuesto de feudatarios sobre las gabelas que percibían de los cristianos. Por el contrario, los árabes baladíes pagaban el diezmo como el resto de sus súbditos. Sus familias notables participaban en las expediciones como los sirios, pero sin recibir soldada; tenían el sueldo que se ha indicado antes. Los baladíes no estaban inscritos en el diwan o registro militar sino cuando el califa, por tener que enviar dos columnas en direcciones diferentes, los llamaba en su ayuda. Había una tercera categoría formada por los sirios y los baladíes, a quienes se llamaba los reemplazantes, y que participaban en las expediciones con los mismos derechos que los súbditos del país.



De la Ihata fi-l-Tarij Gartata de BEN AL-JATIB (según versión francesa de Dozy, Recherches, I3, 78)



En esa misma fecha cuenta Al-Razi que el Imán (Abd al-Rahman) llegó a reunir en su diwan 40.000 personas entre berberiscos y esclavos, los que había ordenado comprar en todas partes; renunció a los árabes, porque la muerte del jefe de ellos, Abu Sabah, fue causa de que se separasen de su obediencia; y dominó con sus esclavos y sus tropas a España, en donde el partido de los árabes se hizo débil y en cambio el de los Omeyas adquirió mas fuerza



Del Fath al-Ándalus (trad. González, 76)



Tenía el emir (Al-Hakam) dos mil caballos, dispuestos en dos casas a la orilla del río, frente al alcázar. En cada casa había diez instructores (Arif), cada uno de los cuales tenía a su cargo cien caballos; los cuidaban, eran alimentados en su presencia, y procuraban reemplazar los inútiles a fin de que se estuviesen preparados, por si ocurría repentinamente alguna cosa a que fuese necesario acudir prontamente. Cuando había que hacer alguna expedición parecían uno solo.



Del Kitab Qudat Qurtuba de AL-JUXANI (trad. Ribera, 61).



Muhammad cuidaba los intereses de su pueblo y velaba por sus comodidades. Por ello dispensó a los cordobeses de las levas militares y del servicio de guerra obligatorio. Según Ben Hayyan, la cifra de los jinetes que formaron parte de la expedición estival contra Galicia, dirigida por Abd al-Rahman, hijo del emir, se dividía así: el cantón de Elvira, suministró 2.900; Jaén, 220; Cabra, 1800; Baga (Priego), 900; Tacorona, 297; Algeciras, 290; Écija, 1.200; Carmona, 185; Sidonia, 6.790; Málaga, 2.600; Fahs al-Ballut, 400; Morón, 1.400; Todmir, 156; Ravina, 106; Calatrava y Oreto, 387. Hay que añadir a tales cifras el número, ignorado, de cordobeses que participaron igualmente en la expedición. Tal fue el total de los guerreros que acompañaron a Abd al-Rahman, después de la supresión de la carga que había pesado hasta allí sobre los habitantes de Córdoba y de los distritos que de ella dependían. Muhammad les liberó de la obligación anual de proporcionar reclutas para las campañas de verano contra los países cristianos y les confió el cuidado de elegir ellos mismos los voluntarios que habían de partir por su gusto a hacer la guerra Santa; tal exención fue considerada como una gran merced por los favorecidos con ella, que colmaron de elogios al príncipe y se felicitaron de vivir bajo su reinado.



Del Bayan al-Mugrib de BEN IDHARI (según versión francesa de Fagnan, II, 178).



El imán debe pagar soldada (qurziqu) a las tropas regulares (chund) que están a su disposición en sus lugares de residencia y en las fronteras, donde sus habitantes no se hallan en condiciones de hacer frente al enemigo. Gracias a tales tropas tiene fuerza para someter a los fautores de revueltas y para mantener el orden. En el chund no deben figurar sino hombres escogidos entre gentes piadosas e instruídas y a la par valerosos, de los que no huyen en el combate. Deberán contarse entre ellos una proporción suficiente de descendientes de los Emigrados (muhachires) y defensores (ansares) del Profeta, de representantes de cada una de las tribus y de personajes conocidos por su ciencia y por su religión descendientes de los acham que han abrazado el Islam. Los herederos de los soldados muertos en acto de servicio o en la guerra deberán recibir una pensión suficiente, que se fijará teniendo en cuenta que han perdido la vida al servicio de los musulmanes. Los soldados inválidos o incurables recibirán una pensión que les permitirá vivir honorablemente con su familia. Esta pensión equivaldrá a la soldada de que disfrutaban, descontadas las indemnizaciones de montura, equipo y gastos de ruta.




Del Tuhfat al-Anfus de BEN HUDAIL, citando a Ben Hazm (según versión francesa de Lévi-Provençal, L Espagne musulmane du Seme, siècle, 134, nota 3).


El ejército en tiempos de Abd al-Rahman III: En todos los estados musulmanes tuvo el ejército una importancia decisiva. Era la fuerza armada que había de sostener el estado. Fue grande el despotismo militar que los primeros omeyas españoles ejercieron para sostenerlo, pues la atacaban en táctica convergente los diversos elementos sociales sometidos: españoles, berberiscos, etc. El ejército califal se componía de tres elementos, diferenciados de ordinario por los cronistas: tropas permanentes, que tenían su cuartel general en Córdoba; tropas facilitadas por los súbditos, que estaban obligados a prestar servicio militar; y tropas extraordinarias, constituídas por soldados, mercenarios, alistados por un período determinado, o con motivo de las grandes expediciones. Se llamaba a veces, diwán militar el registro o lista de los soldados afiliados con un sueldo mensual, de los inscritos regularmente para el servicio militar. Este diwán servía para intervenir los efectivos militares regulares, a los cuales se agregaban a veces las milicias auxiliares.



La reforma militar de Almanzor: El ejército de los Omeyas, que consumía una gran parte de los presupuestos del Estado, llegó a adquirir una fuerza imponente; pero los grandes califas, como Abd al-Rahman III, debieron estar siempre vigilantes para mantener estas tropas en la necesaria disciplina. Esta aristocracia militar, árabe o eslava, tomaba cada vez una parte mas activa en el gobierno y correspondía con lealtad y afecto a los honores y riquezas que los califas le prodigaban. Antes de Almanzor, el ejército estaba organizado por clanes. Mas cuando el califato recayó en la persona de un niño, Hishan II, creyó llegado el momento de satisfacer su ambición de mando y trató de dictar sus condiciones a Ibn Abi Amir: éste demostró, sin embargo, que podría pasarse sin su ayuda y reducirla a la impotencia.



Tal fue la ocasión y el motivo de la reforma militar de Almanzor, que buscó su fuerza en el apoyo de elementos mercenarios berberiscos. La reforma se hizo hacia el año 980, según datos de Ibn Idarí y de al-Maqqarí. Almanzor acabó primeramente con la antigua división de efectivos árabes, sacados de las diversas tribus repartidas por el imperio. Después organizó varios cuerpos de ejército al mando de un solo general, y aun cuando en cada uno de estos cuerpos se introdujo alguna representación de la tribu, éstas ya solo significaban escasa fuerza. Además, parece que se abolió el sistema de feudos. Para reemplazar a los efectivos anteriores aumentó el número de mercenarios, atraídos con la promesa de un buen sueldo y de otras ventajas, mas no entre los eslavos cordobeses, a los que trató de aniquilar, sino entre gentes reclutadas mas allá de las fronteras, que pronto fueron ciegamente afectos al famoso háchib.



Buscó sus auxiliares con preferencia en África, reserva inagotable de hombres, sin apego a su país, dedicados al oficio militar, que vinieron a reforzar a los elementos berberiscos que desde los tiempos de la conquista había en España. La inmigración se hizo por millares. Córdoba, con ella, se agrandó considerablemente, hasta el extremo de ser insuficientes sus arrabales y los poblados de los alrededores. La mezquita mayor hubo de ser ampliada considerablemente. Durante toda la vida de Almanzor continuó la entrada de los africanos, y así también bajo el gobierno de su hijo Almudáfar.



“Las reclutas africanas del fin del siglo X (dice Lévi-Provencal) parecen haber formado en España dos categorías bien distintas. Una se componía de contingentes berberiscos regularmente reclutados y alistados, que recibían su sueldo y llevaba el nombre de murtazika; y otra agrupaba a los voluntarios o mutawia que venían a tomar parte en las expediciones de verano. Los primeros, además del sueldo tenían derecho a participar en el botín. Los segundos, en cambio, no tenían mas que riesgos y peligros; sólo en caso de victoria se les daba una parte de lo tomado y gratificaciones en especies. La frecuencia de las expediciones emprendidas por Almanzor y por Almudáfar contra los cristianos, casi cada año, hubiera podido justificar una estancia permanente de los mutawia en España; pero parece que no era así, sino que al final de cada expedición, volvían a atravesar el mar. Hay, por otra parte, serios motivos para creer que una vez desembarcados en Africa, permanecían agrupados, listos para responder al primer aviso que viniera de Córdoba”.



También los Amiríes dieron nuevo impulso a la “guerra santa”. Entonces aparecieron en España los ribat o rábitas, establecimientos medio religiosos y medio militares, donde personas piadosas se consagraban al ejercicio de la guerra, principalmente en las regiones fronterizas.



El ribat: Había puesto Mahoma como precepto fundamental de su religión la obligación de hacer la guerra a los infieles; por eso, el Islam se lanzó a la conquista del mundo con la fuerza de las armas. Pero una vez que el Imperio se extendió a diversas tierras, era preciso guardarlo, defendiendo las fronteras. Para ello levantaron las fortalezas llamadas ribat. Cada uno de estos castillos, solía constar de un patio central con celdas alrededor, mezquita o lugar de oración, y una torre alta o almenara, que podía comunicar con otras lejanas. Al ribat, obra levantada con donativos de los fieles, acudían los musulmanes para cumplir el precepto de la guerra santa (chihad), siendo elemento casi indispensable el caballo. Allí se hacía vida espiritual, a la vez que se protegía a las tierras conquistadas. Que existió esta institución en España lo prueban los nombres de lugar que todavía quedan esparcidos por la península: en Lérida, en Albarracín, en Toledo, y sobre todo en la frontera del sur (Alcalá la Real, Jaén, Alcaudete) y en la costa del Mediterráneo (Barcelona, Tarragona, Granada, Antequera, Vélez y Málaga), así como el el célebre monasterio de la Rábida en Huelva.



La táctica habitual de estos caballeros del Islam, opuesta a la de los pueblos clásicos y cristianos que peleaban en haces compactas, era la que se llamaba rebato; un grupo de jinetes (pequeño, no en escuadrón) se arrojaba repentinamente contra un poblado o un real, robaba, y huía prestamente con el botín. La estratagema consistía en aparentar que el grupo atacador se retiraba, y cuando el enemigo se disponía a perseguirlo, se volvía bruscamente contra él causándole grandes estragos. Los cristianos llamaban a esto “rebato” y “torna huye”, traducción literal de palabras árabes, que significaban retorno y fuga. Era como una reducción de la algara, incursión en territorio enemigo sólo en busca de botín y para causar daño, sin ánimo de conquista permanente. Para éste género de luchas, el caballero, había de ir armado ligeramente: un broquel de ante, una espada y varias azagayas, era toda la impedimenta con que el caballero cargaba a su corcel, alto y ligero. Era la forma llamada luego “a la jineta”, frente a la forma clásica “a la brida”, en que el caballo, fuerte y bajo, había de resistir el peso de recias armaduras.



Los moros se reunían para el “rebato” al toque de añafiles y atambores. Los cristianos empleaban las campanas; por lo menos desde la fecha en que se escribía el Cantar del Mío Cid (comienzos s.XIII). Un repiqueteo acelerado indicaba que había de reunirse contra el enemigo, y se tocaba, bien con la campana de la fortaleza, bien con las que tenían las torres de las iglesias. De ahí vino la frase “tocar a rebato”, que aparece en textos del siglo XV.



Y cuando había que avisar a gentes mas lejanas de lo que permitiera ser oída una campana, se empleaba la luz o el humo de una fogata, encendida en torres o almenaras escalonadas, que divulgaban la llamada con rapidez. Se conocen las ordenanzas de las de la costa de Valencia, dadas en el siglo XVI, con motivo de los ataques de corsarios argelinos y turcos. Ante la amenaza del rebato, la almenara encendía tantas hogueras como barcos enemigos divisase: un atajador de la costa salía hacia Levante, y otro hacia Poniente, a comunicar el rebato, de palabra, a las torres vecinas. Si los moros desembarcaban, una hoguera continuada y firme estaba encendida, mientras que se tocaba a rebato. Cervantes en sus comedias de cautivos, y Lope de Vega, en varias de sus obras donde aparecen corsarios, muestran ser corriente, en su época, la organización de las almenaras para defensa de los continuados ataques argelinos, en los que intervenían los jinetes de la costa, guardia especial organizada para este fin.



Las expediciones militares: Se llamaban gazawat o gazúas y de ordinario se hacían en verano (saifa), aunque algunas veces tenían lugar en invierno (satiya). Era condición precisa que en los territorios adonde se dirigía la expedición hubiera buena cosecha, ya que el ejército había de vivir sobre el terreno. Por eso, los años de hambre o de carestía no solían hacerse incursiones en territorios. Fuera o no el califa al frente de las tropas, los preparativos eran los mismos. En Córdoba se concentraban los diferentes efectivos, y allí se les equipaba. Los efectivos de las fronteras acudían al lugar de las operaciones. Parece que la organización de las columnas militares respondia a la tradición omeya siria, y a la de los ejércitos abasíes. El cuerpo de ejército constaba de cinco mil hombres, mandados por un general (amir) y con su correspondiente bandera (paya). Cada mil hombres eran mandados por un caid, titular de un alam. Este grupo de mil se subdividía en cinco grupos de doscientos, al mando de un nákib, con su estandarte (liwa); el grupo de doscientos, en secciones de cuarenta hombres, bajo un árif, con su band; y la sección en cinco escuadras de ocho, dirigidos por un názir, con guión (ukda).



Los sueldos a que todos los soldados tenían derecho se llamaban arzak; y a esto podía añadir una gratificación (sila) en caso de exceso en el cumplimiento del deber militar. La transmisión de las órdenes era escalonada, según jerarquías. La partida del ejército expedicionario tenía cierta solemnidad, sobre todo Abd al-Rahman III. Durante un período de veinte o cuarenta días, acampaba en los alrededores de Córdoba. Principiaba por la gran parada (buruz). El califa salía de su palacio rodeado de un cortejo fastuoso, y se dirigía al campamento, donde pasaba revista a las tropas y se ocupaba después de la organización, ayudado por el sáhib al-ard, equivalente a maestre racional de la organización cristiana posterior, encargado de pagar a las tropas permanentes.



El viernes anterior a la partida, las unidades expedicionarias recibían sus banderas en la mezquita mayor de Córdoba, con toda solemnidad, en la ceremonia llamada aqd al-alwiya; y al volver de la expedición, las banderas se guardaban de nuevo en la aljama cordobesa. Estas excursiones alcanzaron esplendor insospechado en tiempo de Almanzor y de su hijo Abd al-Malik. Cuando los expedicionarios retornaban victoriosos, las tropas de todas las categorías recibían gratificaciones, y los jefes, vestidos de honor y donativo de caballos. Se distribuía también un número de cautivos, regalados a los cordobeses.



Las columnas avanzaban en la forma clásica en la Edad Media: vanguardia, alas y retaguardia (saka, zaga). El soberano o el jefe iba en el centro; y los flancos estaban protegidos por grupos de caballería ligera. Hecha una etapa, se levantaba el campamento. De ordinario, las expediciones eran algaras; es decir, se limitaban a entrar en territorio enemigo para coger cautivos y apoderarse de botín. Los métodos eran los mismos entre moros y cristianos. Los musulmanes consideraban las algaras una buena práctica en el dominio de sus corceles.



La marina: Para conocer la organización de las flotas omeyas hay que recurrir a Ibn Jaldún, que utilizó probablemente datos de Ibn Hayyan. “Durante la guerra-dice- que tuvo lugar entre los fatimíes de Ifriquía y los omeyas de España, las flotas de cada una de estas dinastías se dirigieron varias veces contra los territorios de la otra y devastaron las costas de ambos países".



Bajo el reinado de Abd al-Rahman al-Nasir, la flota española se componía de unas doscientas naves, y la de Ifriquía era, poco mas o menos, de un número igual. El jefe de la flota española (caid al-asatil) se llamaba Ibn Rumathis. Los puertos donde esta flota tenía sus sitios para anclar y de donde darse a la vela, eran Pechina y Almería. Se componía de navíos que se hacían venir de todos los reinos donde se construían barcos. Cada navío estaba bajo las órdenes de un marino, con el título de caid, que se ocupaba únicamente de lo que concernía al armamento, a los combatientes y a la guerra. Otro oficial, llamado al-ra is (arráez), dirigía la marcha del buque, a la vela o al remo, y ordenaba la maniobra del anclaje. Cuando se reunían navíos para una expedición contra el enemigo, o para cualquier objeto importante que el príncipe tenía proyectado, se juntaban en el puerto que les servía de lugar de reunión.



El príncipe hacía embarcar hombres, tropas escogidas y muchos de sus libertos, y los ponía a todos bajo las órdenes de un solo ámir, perteneciente a la clase mas elevada de los oficiales del reino. Les hacía partir entonces para su destino con la esperanza de que volverían victoriosos y cargados de botín. Almería era el puerto central de las armadas califales, y en ella radica el principal arsenal (dar al-sinaa), aunque también se construían naves en Algeciras, Silves, Alcacer do Sal, Almuñecar, Málaga y Tortosa. Denia, en tiempo de Mochehid el Amiri, adquirió justo renombre por sus construcciones navales. Las tentativas de desembarco en 966, de parte de los normandos, llamados mayus o magos por los cronistas árabes, contribuyeron al desarrollo de las flotas omeyas.



Aparecieron en Alcacer do Sal y desembarcaron en la región de Lisboa. La flota del califa salió de Sevilla y atacó a los invasores en el estuario del Tajo, sufriendo grave derrota. Los normandos atacaron Galicia y se apoderaron de Santiago de Compostela (970). Al año siguiente ya no pudieron desembarcar, gracias a la intervención de la armada del califa, mandada por Ibn Rumahis (caid al-bahr). Almanzor utilizó la flota para una expedición contra Galicia en el año 997.



Armamento: En los países árabes del siglo VII, se usaron coseletes de láminas de cuero o escamas de cuero. Los coseletes laminados (jawshan) eran muy raros, también hay constancia de aljubas, lorigas o lorigones de mallas (dir) y del uso del almófar. El dir o loriga era la armadura mas frecuente, éste se abría parcialmente desde el pecho hacia abajo. El dir se pulía y guardaba en una mezcla de polvo, aceite y excremento de camello para evitar su oxidación. Aunque la amplia mayoría de las tropas no llevaban armadura. El casco era el tarikah (casco segmentado) y el baidah (forma de huevo). En cuanto a las armas se usaron azagayas, arcos, escudos, espadas y lanzas. La mayoría de los escudos eran claramente de cuero, casi todos de camello o de vaca, y se mantendrían flexibles con aceite, como se había hecho en Oriente Medio desde los tiempos de los primeros hebreos.



Las lanzas de infantería tenían una longitud de unos 2,25 metros, y las de caballería de hasta 5 metros. Podía atarse el pañuelo de una mujer como pendón, una idea árabe típicamente romántica, que mas tarde se extendió a la Europa medieval. Las azagayas eran usadas especialmente por las tropas yemeníes. La espada era, con mucho el arma árabe mas prestigiosa y era un arma corta de infantería, como la semiespada romana. Algunos guerreros árabes llevaban dos espadas, aunque esto podría referirse a jinetes con una espada corta árabe y una hoja mas larga de la caballería sasánida. La daga, por otra parte era un arma personal y la última defensa en Arabia y en Irán.



En tiempos del califato de Córdoba, la lanza y el hacha de arzón con doble filo la usaron los jinetes, la maza y la lanza fue típica de los infantes. También usó la infantería una larga maza que contaba con una honda en un extremo. Existe un grabado de un Beato que muestra un soldado árabe con casco (como cerbellera), escudo redondo y picudo de medio tamaño y espada de dos filos. En el Beato del Apocalipsis de Gerona—Jinete beréber con lanza, capielo de tiraz (casquillo bajo capucha de piel) y sin estribos. En el ejército califal había al principio tres jinetes por cada dos infantes. A fines del siglo X la incorporación de jinetes norteafricanos, hizo que la infantería quedara reservada mayoritariamente para asedios y guarnición.



La guardia de Al Hakam I contaba con 3000 jinetes y 2000 infantes. Gallegos, francos (cristianos) y quizás hasta eslavos. El uso del nafta está documentado al menos desde el siglo X.



Jinetes—Lanza (rumh) y hacha de arzón de doble filo (tabarzin). Curiosamente, los turcos y árabes llamaban rumh a los bizantinos o cristianos.

Infante—Lanza larga (harba) y maza (dabbus), otras armas ofensivas: especie de sable, daga y puñal.

Infantes con honda (wadhaf) o azagaya (mizra).

Tipos de arcos: Árabe, turco (qaws turkiyya) y el franco (ifranchiyya). El arco franco se trata de la arcobalista o ballesta. Llamaban francos a los cristianos.



En el siglo X se llevaba casco metálico con visera (baida o judha), almófar (migfar), casco de hierro (tishtaniya, en latín testinia). Brafoneras (sa’id), espinilleras (saq). Escudos: Adarga (daraqa) y tarjas (turs) de tres tipos—Sultaní, amirí y hafsuní.



Los andalusíes empleaban ya en el s.XI las ballestas de dos pies. En cuanto a las armaduras, si está hecha de placas metálicas agujereadas se llama masruda. Si va tejida o trenzada es yadla. Cuando es corta se llama salil o badan (badana). Si cubre pecho, pero no espalda, es yawsan.



Tengamos en cuenta que estas armas han sido traducidas por el ilustre arabista Lévi Provencal, el problema es que él era francés y la traducción de su libro al español podría no ser buena. Además no era su especialidad el armamento antiguo. Como no entiendo un rábano de árabe no puedo confirmar la exactitud de dichas traducciones, pero al menos da una idea general de a que armas se refiere. Queda advertido.


2 comentarios:

Beltenebros dijo...

buena entrada. Cuál es la diferencia entre el arco árabe y el turco?

El Tormenta dijo...

El llamado arco turco era el tipo de arco de nervio (llamado hoy día "compuesto" por los estudiosos) que se fabricaba entre los turcos. El proceso de elaboración era complejo, pues para su fabricación se necesitaba madera, asta, cueros y colas. Además requería un clima seco para que no se estropeara. Es por ello que los arcos de nervios fueran más populares entre los países árabes que en el occidente europeo.

El arco de nervio añadía potencia de fuego al disparo con respecto al arco simple sin ser necesario un arco o verga grandes, eso favorecía su uso a caballo. Ambas armas tenían sus pros y sus contras. La gente que opina que un tipo de arco es mejor que otro está equivocada, pues dependen del país, el clima y las tropas a las vaya destinado su uso.

Aún así los mercenarios turcos lo trajeron a España en el siglo XII y tuvo relativo éxito entre las tropas andalusíes, incluso Cervantes lo nombra, lo cual indica que algo caló. Ese mismo arco turco se usó para fabricar ballestas: documentos del s.XIII lo confirman. Desconozco como sería el arco árabe, pero con toda probabilidad sería un tipo de arco de nervio fabricado con los recursos naturales que tenían los árabes en sus tierras. Seguramente este tipo de arco no estaría muy adaptado a la climatología y a la forma de guerrear en la Península Ibérica, así que quizá hicieron ligeras variaciones en su fabricacíon. Solamente las tropas mercenarias usarían el auténtico arco árabe.

España ha sido país poco dado históricamente al uso de arcos en batalla, principalmente por su accidentada orografía, no fue así con la ballesta que se convirtió en arma frecuentísima. Tengo pensado desde hace mucho publicar una entrada sobre arcos en España, pero por desgracia la información existente es muy escasa porque fue arma bastante minoritaria en nuestro país.